El tío Antonio fue el último casero de Las Veguillas, un hombre noble, con gran corazón y enamorado del paraje en el que vivía. Por supuesto, en la restauración del cortijo para su uso lúdico, en todo momento se quiso mantener la esencia de esta construcción con más de un siglo de antigüedad, pues se logra así un ambiente especial, único y atemporal. Un cortijo por el que parece no haber pasado el tiempo, y en que lo que deseamos es que pasen un día agradable, que recuerden o incluso conozcan un tiempo pasado, en el que el tiempo corría más despacio. Un cortijo en el que descansar, reír y disfrutar va de la mano al encanto de un maravilloso hogar en un entorno natural inmejorable para la celebración de una boda o evento.
En definitiva, para nosotros era primordial respetar el espíritu del tío Antonio y Las Veguillas: pura sencillez y entrañable y conmovedora sobriedad.
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